miércoles, 28 de abril de 2010

Khmer o Jemer.





En la llamada península de Indochina, en la actual Camboya, es donde podemos encontrar los vestigios más grandiosos de esta cultura. Su unidad política estaba fundada en la existencia de una autoridad real que se apoyaba en un ritual fijo, el del dios rey (devaraja). El rey era el guardián de la ley religiosa y del orden establecido. El protector de la religión y el conservador de las fundaciones piadosas. Según nos ilustra René Huyghe, en Angkor fijan su capital, cerrada por un recinto y un ancho foso. Es una reducción del universo rodeado por las montañas y los océanos; su centro contiene la montaña cósmica, el Meru, representado por una pirámide escalonada en cuya cima está instalado en un santuario el dios Shiva bajo la figura de su falo (linga). El ritual que preside su consagración asocia el nombre del rey al del dios y el linga se convierte en la enseña de su reino, siguiendo al rey en todos sus desplazamientos solemnes. El mundo divino y el humano se corresponden armoniosamente.

Este imperio llegó a dominar el sureste asiático, desde el Mar de China hasta el Golfo de Bengala, entre los siglos IX y XV de nuestra era. El complejo de templos ha sido durante siglos mantenido por monjes budistas.

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