El pasado día 1 de marzo, recorriendo la maravillosa exposición "Entre dioses y hombres" que organizó el Museo del Prado con esculturas clásicas procedentes del Albertinum de Dresde, vinieron a la memoria los escultores clásicos griegos, los grandes de la escultura clásica. El primero de los grandes clásicos: Mirón de Eleuterios, escultor que vivió hacia el segundo cuarto del siglo V.
Mirón se formó en la escuela broncista de Argos, discípulo de Agelaidas. A pesar de esto se consideraba ateniense, así sus esculturas aparecían firmadas como Mirón Ático. Aunque su producción se suscribe a la estatuaria de estilo severo, ésta se ve enriquecida por el sentido del movimiento que estudia a través del análisis de las tensiones del cuerpo humano. Con certeza se le han atribuido tres obras maestras: el Discóbolo, Atenea y Marsias, y el Anadoumenos. Su obra más famosa, el Discóbolo, subraya de modo complejo el equilibrio dinámico del gesto del atleta que está a punto de lanzar el disco. Rompía el ideal estático del atleta con los dos pies asentados. Concibió la obra con el pie izquierdo apoyado en sus dedos. A pesar de la tensión corporal previa al lanzamiento, el gesto se nos muestra inalterable. No acompaña psicológicamente el rostro del atleta a la acción que está a punto de efectuar.
El original en bronce se perdió y hoy día se conservan algunas copias en mármol.
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