Justiniano, a pesar de casarse con una monofisita, combatió esta herejía que proclamaba que, en la figura de Cristo, prevalecía lo divino sobre lo humano, justo lo contrario que el arrianismo, al que también combatió, cuyo fundamento es que Dios padre creó a Jesucristo como parte de su plan, lo que niega la divinidad de Cristo. Supo basar en el cristianismo su política expansionista y en un control hábil de los problemas internos y externos. Se rodeó de excelentes consejeros, compiló y retocó el Derecho romano y mejoró las finanzas, además de crear un ejército de gran fuerza así como una armada potente. Llevó al imperio bizantino a conquistar el norte de África, llegar a la península Ibérica e incluso conquistar gran parte de Italia, cuyos habitantes estaban sometidos por ostrogodos y otras tribus de origen germano y eslavo (que practicaban el arrianismo), por lo que la población católica de origen romano recibió con no poco contento a sus “hermanos” de oriente. Fugaz esplendor el de Bizancio, pues a la muerte de Justiniano empezó su rápido declive.
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