martes, 7 de octubre de 2008

BERNINI ESCULTOR






Al final de su vida insistía en que había nacido más dotado para la pintura que para la escultura, puesto que la primera era mucho más rápida y fácil para crear que la segunda, que era más dificultosa por la dureza del material. A pesar de esa opinión, decía que la pintura era un engaño, obra del diablo. La escultura, sin embargo, era obra de Dios (Dios esculpió al hombre). La escultura es una verdad, que un ciego lo juzga así.
Las obras escultóricas de Bernini denotan un excelente conocimiento anatómico y de la expresividad del ser humano. Tiene un dominio excelente de las formas, de la distorsión corporal, del tratamiento diferenciador de las superficies, de los materiales y de los objetos. Obras tales como su David muestran un impulso físico y anímico reflejado en la musculatura en tensión de todo el cuerpo. Un rostro que denota determinación y tensión. Mirada fija en su objetivo, el cuerpo a punto de lanzar la piedra con la honda. En fin, una escultura que transmite al espectador una sensación de tensión, que evoca ese episodio bíblico.

Sus figuras no estan exentas de un halo erótico, en los marcadas formas de sus cuerpos, en las expresiones que, como en su escultura la Transverberación de Santa Teresa de Jesús, nos muestran el momento de la unión mística de la santa con Dios, dotándola de una extrema sensualidad. La postura semi recostada de la santa, la cara vuelta hacia el foco de la luz real, la posición de la mano y del pie, y su rostro con la boca entreabierta, y los ojos cerrados, semi desmayada, dotan de un gran realismo a la escena y hace participar al espectador del momento místico.

En cuanto a los temas, la mitología es uno de los principales; sirva como ejemplo su obra Neptuno y Tritón. También cultivó de manera notable el busto, como es natural sobre todo de sus clientes, como el de Urbano VII, y el tratamiento escultórico religioso.

Sus obras escultóricas se pueden admirar tanto en el interior de iglesias y palacios como en las calles, como es el caso de la fuente de los cuatro ríos en la Piazza Navona en Roma.

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